A las raíces se aferran con eximio deseo,
piel morena y pelo oliva;
derrame de cielo por un soplo de prisa.
Cuando remuevan la tierra aullarán su nombre
desdibujando el paisaje en círculos concéntricos
que una bandada de dardos resquebrajarán
dejando exento el núcleo, dormitando en el nido de un jilguero.
A las doce, prendidas en luna, el descenso emprenderán
y alambre de púas fundirán en Eco de villancico:
canta, oh musa, la cólera de estirpe.
Canta, oh musa, la cólera de estirpe,
canta, oh musa la cólera de estirpe,
canta, oh musa, la cólera de estirpe,
canta, oh musa, la cólera de estirpe …